Este es el Cristo de mi colegio de la infancia, de la madurez que no queremos asumir, de la juventud, de mi corazón, siempre al entrar fué lo primero que miraba y sentía un abrazo cálido que me colmaba el alma de paz, allí fué forjandose mi fe en Dios, mi confianza en él, mi amor a Cristo, a Jesús no lo veo como en lo que aparenta de lejos, una cruz, no... yo veo el abrazo que anidaba en su ombro un nido de un viejo pájaro hornero. Hecho de barro, todo es bienvenido en el corazón del Señor.
Eso me da fuerza, fe y esperanza... ayer, hoy y mañana, siempre. Gracias por estar Señor. Gracias por no dejarme caer y por darme siempre tu abrazo cuando más lo necesito. Antes te encontraba a las siete de la mañana en mi colegio, ahora estás en mi corazón y vives en mí. Gracias por darme el privilegio de aún poder tender una mano a quién lo necesite, por poder dar una sonrisa así como una lágrima, por ser como soy... Gracias Señor.
Este es el parque donde la una niña solitaria caminaba y pensaba mucho y bajó esas galerías caminé y recé y lloré... cada día al entrar lo primero que veía era al Cristo del parque de mi colegio, no lo veía como muchos lo pueden ver, si observan bien, parece una cruz de lejos, pero yo siempre vi sus brazos abiertos, esperándome en ése lugar...
Allí volví muchas veces, cuando estuve mal y cuando estuve feliz, y agradecí y lloré mis penas o tan sólo pedí en silencio.
Era ése abrazo seguro que yo sabía que ahí me esperaba, era esa bienvenida cotidiana, es el abrazo que hoy siento que Jesús y su padre, Dios mío, me estas dando al alma para reconfortarme en éstos momentos de angustia y desazón que estoy viviendo, ahí estas, en mi alma, en mi corazón, siendo mi refugio seguro ante todo naufragio y estás ahí en el parque de mi colegio y en mi corazón viviendo con cada latido. Estas en mi fe Dios mio.
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