“Combatí en el buen combate, y conservé la fe”, dice San Pablo en una de sus epístolas. Y sería bueno recordarlo especialmente ahora, cuando un nuevo año se extiende por delante.
El hombre nunca puede parar de soñar.
El sueño es el alimento del alma, así como el alimento del cuerpo es la comida.
En muchas ocasiones, durante nuestra existencia, vemos cómo se rompen nuestros sueños o se frustran nuestros deseos, pero es necesario continuar soñando, pues en caso contrario nuestra alma se muere, y Ágape no penetra en ella.
Ágape es el amor universal, aquél que es más grande y más importante que el sentimiento de simpatía por alguien concreto. En su famoso sermón sobre los sueños, Martin Luther King recuerda que Jesús nos pidió que amásemos a nuestros enemigos, no que les tuviéramos simpatía.
Este es el amor grande que nos empuja a continuar luchando a pesar de todo, a conservar la fe y la alegría, y a combatir en el Buen Combate.
El Buen Combate es aquel que se entabla porque nuestro corazón lo pide. En los tiempos heroicos, cuando los apóstoles iban por el mundo predicando el evangelio, o en la época de los caballeros andantes, esto era más fácil: había mucha tierra por recorrer, mucho que resolver y mucho que construir.
Sin embargo, hoy en día el mundo es diferente, y el Buen Combate se trasladó de los campos de batalla al interior de nosotros mismos.
El Buen Combate es el que se entabla en nombre de nuestros sueños. Cuando éstos revientan en nuestro interior con toda su fuerza (en la juventud) nos sentimos muy valientes, pero aún no sabemos luchar. Después de mucho esfuerzo, aprendemos a luchar, pero entonces ya no contamos con el mismo con el mismo valor para combatir
Por esta razón nos volvemos contra nosotros mismos y, combatiéndonos, nos convertimos en nuestros peores enemigos. Alegamos que nuestros sueños eran infantiles, difíciles de llevar a cabo, o fruto de nuestro desconocimiento de la realidad de la vida. Matamos nuestros sueños porque tenemos miedo de combatir en el Buen Combate
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